Muchas personas a lo largo de su vida acaban experimentando una situación de cuidado. Esta experiencia es única para cada cuidador, ya que depende de muchos factores, a quién se cuida, la relación anterior con la persona cuidada, el grado de dependencia, etc.
Cuidar de un familiar que nos necesita puede ser una de las experiencias más satisfactorias que viva una persona. El cuidador puede descubrir a través de las numerosas tareas que implica el cuidado, aptitudes y cualidades que de otra forma pasarían inadvertidos. Así mismo, la relación entre la persona que recibe los cuidados y el cuidador puede volverse más próxima y fuerte. Pero también al mismo tiempo puede ser una de las tareas más solitarias e ingratas. Si bien es verdad que la mayoría de los cuidadores, a pesar de las dificultades, acaban descubriendo la satisfacción de ser útiles a un ser querido.
Lo que si es seguro, es que es una de las experiencias más dignas y merecedoras de reconocimiento por parte de la sociedad.
Frecuentemente, al inicio del cuidado, la persona que cuida no es plenamente consciente de que sobre él/ella va a recaer la mayor parte de las responsabilidades y del esfuerzo que éste conlleva. Poco a poco, la persona va integrando esta nueva situación a su vida diaria.
¿Cómo influye el cuidado en el cuidador?
La vida del cuidador se centra en satisfacer las necesidades de su familiar por lo que muchos suelen olvidarse de sus propias necesidades, dejan sus vidas en segundo plano.
La gran responsabilidad de cuidar, con las múltiples tareas que implica limitan el tiempo y las fuerzas de los cuidadores para cuidar de sí mismos. Cuando los cuidadores se exigen demasiado y olvidan sus necesidades el organismo tiene “mecanismos de alarma” que le indican que está siendo superado por alguna situación y que es el momento de cuidarse mejor. Algunas de estas señales que pueden alertar a los cuidadores son:
- Problemas de sueño (despertar durante la noche, dificultad para conciliar el sueño, demasiado sueño, etc.)
- Pérdida de energía, fatiga crónica, sensación de cansancio continuo, etc.
- Problemas de memoria y dificultad para concentrarse.
- Enfadarse fácilmente.
- Dificultad para superar sentimientos de depresión o nerviosismo.
- Aislamiento.
- Cambios frecuentes de humor o de estado de ánimo.
- Consumo excesivo de bebidas de cafeína, alcohol o tabaco. Consumo excesivo de pastillas para dormir u otros medicamentos.
- Problemas físicos: palpitaciones, temblor de mano, molestias digestivas.
- Aumento o disminución del apetito.
- Menor interés por actividades y personas que anteriormente eran objeto de interés.
- Dar demasiada importancia a pequeños detalles.
- Actos rutinarios repetitivos como, por ejemplo, limpiar continuamente.
- Propensión a sufrir accidentes.
- No admitir la existencia de síntomas físicos o psicológicos que se justifican mediante otras causas ajenas al cuidado.
- Tratar a otras personas de la familia de forma menos considerada que habitualmente.
Estas señales de alarma deben servir a los cuidadores como indicadores de que deben prestarse más atención. Los cuidadores que decidan mejorar su estado emocional y físico, así como conseguir el mayor rendimiento posible en las tareas del cuidado, deben darse cuenta de la importancia que tiene cuidar de sí mismo y aprender como hacerlo.
Recomendaciones para el autocuidado
El cuidador debe darse cuenta de que es necesario cambiar, de que es necesario cuidarse más y mejor, darle la importancia que esto supone.
Para que se produzca este cambio, el cuidador debe poner límites al cuidado y una de las formas de conseguirlo es pidiendo ayuda, tanto a familiares y amigos como a los servicios públicos, instituciones y asociaciones.
También debe cuidar su propia salud, ya que cuidar a otra persona implica exigencias que pueden perjudicar de forma importante al cuidador, tanto física como psicológicamente. Para sentirse lo mejor posible, el cuidador debe mantener unos hábitos de vida saludables para poder afrontar en las mejores condiciones físicas y psicológicas el cuidado de si mismo y de su familiar. Algunas recomendaciones para cuidar de la propia salud son las siguientes:
- Dormir lo suficiente.
- Hacer ejercicio con regularidad.
- Evitar el aislamiento.
- Salir de casa.
- Seguir manteniendo relaciones sociales.
- Mantener aficiones e intereses.
- Descansar.
- Organizar el tiempo.
Si el cuidador no se encuentra bien, difícilmente podrá enfrentarse a las dificultades diarias y a la realización de las múltiples tareas que implica el cuidado, de la forma más adecuada y positiva posible. Es fundamental cuidarse para cuidar mejor.
Reyes Valdés Pacheco
Psicóloga de Ictus-Sevilla
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